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“Be Water My Friend!”

Consideraciones sobre la obra post-fotográfica de José María Marbán

 

F. Javier Panera Cuevas


 

En más de una ocasión he señalado que las artes visuales se han convertido en este nuevo siglo en el lugar común de una “pictorialidad difusa” en la que ya nada es exactamente fotografía, ni exactamente pintura, ni exactamente vídeo… sino simplemente: “imagen”, y es, de hecho, ese valor polisémico y deconstructivo de las imágenes -que, como apuntaba Graig Owens, ya sólo pueden ser “imagen de otra imagen”- el que ha servido en los últimos años para la reformulación de los géneros pictóricos y fotográficos tradicionales y para sedimentar las distintas estrategias de hibridación características de la posmodernidad.

El trabajo que José María Marbán presenta en la sala de exposiciones del Teatro Calderón de Valladolid bajo el título: “Underwater” se ajusta a estas premisas, llegando incluso a desbordarlas pues algunas obras tienen una vocación para-escultórica, o “instalativa” si se quiere, que invita a una lectura transversal de las mismas.

Como todos saben, la fotografía nació con la ilusión de ser el medio que podía fijar más exacta y objetivamente que ningún otro la realidad, inmovilizándola y bidimensionándola. Pero los diferentes espacios discursivos desarrollados por este soporte en los últimos años han logrado dar ese giro neobarroco que hace que lo falso se convierta en verdadero, el engaño se perciba como certeza y la realidad –o más bien, los indicios de lo real- como abstracción. Marbán es consciente en este sentido de que hoy en día el poder de una imagen no sólo surge del vínculo que establece con la realidad  o la historia –que son conceptos en recesión permanente- sino de la relación que se desarrolla entre su superficie misteriosa y nosotros, comenzando por nuestra retina, pero pasando inmediatamente a nuestro cerebro…

 

“No te adaptes a la carretera, sé la carretera” decía un reciente anuncio de coches basado en el “Be water my friend“ enunciado por Bruce Lee. Y lo cierto es que el observador de estas obras no puede permanecer pasivo; debe pasar a formar parte del proceso que intenta comprenderlas, debe fluir con ellas…

 

He realizado estas consideraciones porque “Underwater” pasa, en efecto, por ser el trabajo más calculadamente pictorialista de José María Marbán y parecen dar la razón al director de cine francés Eric Rohmer  cuando señalaba: “Toda organización de formas en el interior de una superficie plana, deriva del arte pictórico(…)”. Las -en ocasiones monumentales por su escala- fotografías e instalaciones se convierten en un territorio para el desplazamiento de la imagen, tanto en el sentido de su propia ambigüedad semántica como por la posibilidad de encontrar una continua expansión y movimiento en la propia superficie bidimensional, sea ésta real (el papel sensible) o virtual: la pantalla.

 

La abstracción –si así pudiera llamársele- aparece casi como un enigma, pero también, -siguiendo a Baudrillard- “como una realidad más real que lo real”. Y ciertamente, algunas imágenes se perciben como “abstracciones All Over” que se transfiguran a través de la mirada fragmentaria del referente natural; lo cual, paradójicamente las convierte en autónomas, es decir: en fragmentos constitutivos de un universo que se aleja de lo real para constituirse por encima de todo en “espacio pictórico”

En este orden de cosas, considero que el aspecto más significativo del trabajo de Marbán se sitúa en su insistente ambigüedad. Sus fotografías, por más que remitan al medio acuático –con todas las connotaciones que tal elección conlleva- tienen una especie de intriga interna que nace de la dialéctica entre el potencial declaradamente seductor de las mismas y el acatamiento de su rigor formal, obligándonos con ello a “penetrar” más allá de la superficie. De este modo la fotografía recoge una vieja finalidad de la pintura: hacernos ver lo que de otro modo no veríamos; hacernos conocer lo que de otro modo no conoceríamos…

 

La imagen se enmascara en tanto que huella de lo real pues la fragmentación y el aumento de escala contribuyen a aislarla de su referente llevándola virtualmente al territorio de lo indeterminado pero nunca llega a perder del todo su capacidad descriptiva. En cada imagen queda evidenciada la inspiración en la naturaleza pero también su intercambiabilidad con los modos de la pintura, entendiendo por tales el mantenimiento del formato, -de la lectura frontal- y sobre todo del lenguaje y los signos plásticos -las composiciones determinadas por dibujos casi lineales -una de la series se titula de modo significativo: “Dibujos preparatorios para cajas de luz”, texturas y campos cromáticos-, así como el espacio de representación, limitado por unos imaginarios márgenes cuadrangulares que incitan a la contemplación bidimensional.

 

Las imágenes de Marbán  “fingen” e interpelan al espectador sobre el propio acto de mirar y esta sensación se acrecienta cuando se impone el uso de herramientas digitales que las aíslan aún más de su contexto histórico y funcional pues  las imágenes digitales encarnan la capacidad de librarse del abrazo de la historia y las limitaciones del espacio geográfico, lo cual no deja de ser otra paradoja en la vida de un artista que ha hecho de la naturaleza uno de sus leitmotiv más apreciados.

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